Beni y Tarija eligieron gobernadores y con esa definición se cierra, por cinco años, la disputa electoral abierta en Bolivia en octubre pasado. El domingo, los votantes de estos departamentos fueron convocados a una segunda vuelta que, en una especie de justicia electoral, le concedió una medalla al oficialismo y otra a la oposición.
Estos distritos debieron repetir las elecciones producto de que ningún candidato de los más votados alcanzó, a fines de marzo, la mitad más de uno del apoyo ni un margen superior al 10 por ciento con relación a la segunda fuerza. En Tarija, los resultados finales del domingo dejaron como ganador al opositor Adrián Oliva, de Unidad Departamental Autonomista (UD-A), que obtuvo el 61,4 por ciento de los votos frente al 38,6 por ciento de Pablo Canedo, candidato por el MAS.
En Beni, departamento convertido en bastión fundamental tanto para oficialistas como para opositores por ser el único de los nueve donde no ganó la fórmula presidencial Evo Morales – Álvaro García Linera, se hizo tan fuerte la puja electoral que los resultados finales terminaron por conocerse voto a voto en la madrugada de hoy. El MAS, finalmente, alcanzó la gobernación de este tradicional reducto opositor gracias a una diferencia de tan sólo 412 votos, traduciendo el apoyo de Álex Ferrier en 50,12 por ciento del electorado mientras que el opositor Carlos Dellien de la fuerza Nacionalidades Autónomas por el Cambio y el Empoderamiento Revolucionario (NACER) cerraría con un 49,8 por ciento de los votos.
Tanto Beni como Tarija comparten un rasgo en común y es que el balotaje parece haber surgido como efecto de los contratiempos que provocaron la cancelación de candidaturas a último momento, más que de la incertidumbre o polarización de su electorado. En Tarija, en febrero de este año, el tribunal electoral impidió la postulación del candidato del MAS, Carlos Cabrera, por no haber renunciado a su cargo de decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho, situación que forzó al MAS a optar por un nuevo candidato. Fue entonces que Pablo Canedo pasó a ocupar su lugar y obligó al oficialismo a repensar su estrategia electoral.
En Beni la situación fue bastante parecida, el candidato de derecha de Unidad Demócrata, Ernesto Suárez, que según las encuestas tenía una ventaja de 10 puntos sobre Alex Ferrier del MAS, fue sancionado por el tribunal electoral una semana antes de las elecciones de marzo por difundir encuestas internas. Esta situación le impidió su postulación y la de sus más de 227 candidatos a cargos locales. En este departamento, sin embargo, los movimientos resultaron más urgentes y así fue que Unidad Demócrata no hizo a tiempo para llevar candidato propio y optó por cerrar un acuerdo con Carlos Dellien (NACER) y concentrar fuerzas con un único objetivo: evitar un triunfo del MAS en la gobernación de Beni.
Este manejo improvisado de la derecha en Beni nos recuerda a las prácticas históricas y más usuales de la política boliviana, los acuerdos interpartidarios con el único objetivo de posibilitar el acceso o la permanencia en el poder de los sectores conservadores a cualquier costo.
De este modo el oficialismo mantiene el control en seis de las nueve gobernaciones que incluyen a Oruro, Potosí, Pando, Cochabamba, Chuquisaca y Beni. Mientras la heterogénea oposición suma las gobernaciones de La Paz, Santa Cruz y Tarija. Si algo quedó en evidencia luego de este proceso electoral abierto con las presidenciales de octubre, es que el grueso del apoyo político se concentra indiscutiblemente en el liderazgo de Evo Morales, incluso mucho más que en su partido, logrando nacionalizar su influencia y consiguiendo nuevos apoyos, mientras que el MAS encuentra límites cercanos cuando de dirigentes locales se trata. Por otro lado, el novedoso triunfo del oficialismo en las departamentales de Beni, demuestra que el electorado en Bolivia no entrega cheques en blanco sino que en términos de reparto del poder arma y rediseña permanentemente estrategias propias.