- Brasil acude a elecciones presidenciales el próximo 2 de octubre. El balotaje ‒en caso de que ningún candidato supere el 50 % de los votos‒ tendría lugar el 30 de octubre. Además del cargo a presidente y vicepresidente se eligen gobernadores en las 27 Unidades de la Federación, la renovación completa de la Cámara de Diputados, renovación parcial de la Cámara de Senadores, y la composición de las Asambleas Legislativas de los estados.
- Hay 156 millones de electores habilitados, y el padrón electoral creció en 9,1 millones respecto de la elección general de 2018. Se han inscrito voluntariamente para votar 2,1 millones de jóvenes de 16 y 17 años (el doble de la elección anterior). En el exterior hay 700 mil brasileños inscritos para votar.
- Por el momento son 12 las candidaturas que participarán de la disputa presidencial, aunque el plazo de inscripción de candidaturas cierra el 15 de agosto (la campaña comienza oficialmente el 16) y el número podría bajar. Un agregado de las principales mediciones demoscópicas hasta la fecha confirma una tendencia clara en las estimaciones del voto para octubre (ver tabla al final):
- La posición de Lula está muy consolidada (en el rango del 45 % a 51 %), lo que es compatible con una victoria en el primer turno.
- En segundo lugar aparece Jair Bolsonaro, con una estimación de voto entre un 27 – 30 % de intención de voto.
- El escenario no parece indicar que algún otro candidato pueda colarse en la pugna entre Lula y Bolsonaro (Ciro Gomes nunca superó el 10 % y Simone Tebet ni siquiera el 2 %).
- Los movimientos registrados en el escenario electoral durante este año pueden resumirse en:
- La continuidad en el liderazgo de las preferencias por parte de Lula (circunstancia que ya tiene más de un año y medio, con un piso muy alto, por arriba del 35 %).
- Consolidación de la candidatura de Bolsonaro durante los primeros meses de 2022, con un estancamiento a partir de mediados de abril de este año.
Claves de la fortaleza electoral de Lula
- Su candidatura ha logrado ser más competitiva y robusta que la de Fernando Haddad en el 2018 en los 4 distritos más importantes del país (San Pablo, Minas Gerais, Río de Janeiro y Bahía, que representan más del 47 % del padrón electoral); este panorama permitirá rendir bien la fortaleza lulista en la región del Nordeste.
- En el marco de una fragmentación política muy alta (con 25 partidos con representación en el Congreso Nacional, pero con ninguno gobernando más de 4 estados), la territorialización del voto obliga a establecer alianzas en cada estado, una tarea para la cual la experiencia y contactos personales de Lula pareciera estar dando buenos resultados.
- Se ha avanzado significativamente en el ámbito digital, espacio en el que Lula siempre estuvo varios pasos detrás de Bolsonaro, y que fue clave en 2018: importantes influencers han pasado de la ‘neutralidad’ en 2018 a declararse abiertamente ‘antibolsonaristas’ para esta elección.
La estrategia bolsonarista
- La apuesta discursiva de Bolsonaro busca volver a jugar el papel de outsider que lucha ‘contra un sistema institucional’.
- El actual presidente busca alterar las reglas del propio proceso electoral, disputando principalmente contra el propio Tribunal Superior Electoral ‒y/o la Corte Suprema‒ que sería el artífice de un ‘fraude’ tendiente tan sólo a reponer a Lula en el Gobierno. Esa fue la hipótesis expuesta el pasado 18 de julio frente a diplomáticos extranjeros, que le valió la caracterización de «golpista» de los principales medios de comunicación, y el posicionamiento de varios sectores de la sociedad civil ‒desde banqueros a deportistas‒ que confluyeron estos días en una Carta a las brasileñas y brasileños en defensa del Estado Democrático de Derecho que en poco tiempo recibió la adhesión de centenas de miles de brasileños, aislando aún más su posición.
- Bolsonaro ha logrado estructurar una alianza partidaria que nuclea a partidos importantes del Congreso, como el Partido Liberal (al cual está afiliado y que es el que tiene más diputados en la Cámara), el Partido Progresista y Republicano, entre otros. Se trata de un conjunto de 240 diputados que saldrán a buscar votos en cada estado para mantenerse en sus cargos en el Legislativo y que pueden brindar un respaldo a cuenta del propio presidente. Este bloque también es competitivo a nivel estadual ‒según los sondeos de opinión‒ para los gobiernos de Río de Janeiro, Paraná, Río Grande do Sul y Santa Catarina (entre los 10 estados más populosos del país).
- El uso de los recursos del Estado: hace unas semanas, por iniciativa de Bolsonaro ‒a través del Congreso‒ se ha pautado un aumento del principal plan de asistencia social, Auxilio Brasil; ha duplicado el Programa Auxilio Gas; se crearon vales de dinero para camioneros y taxistas; aumentaron los subsidios para el etanol y se ampliaron las partidas de alimentos, entre otras medidas similares. Un traspaso de recursos que pareciera estar impactando, aunque sea de forma muy leve (según lo registran las últimas encuestas), en aquellos sectores que ganan hasta dos salarios mínimos.
- Sin embargo, en términos de apoyo, Bolsonaro cuenta con muy pocos respaldos, le quedan los militares y ciertas fracciones de las fuerzas de seguridad, los “núcleos duros ideológicos bolsonaristas” y aquella verticalización que encuentre en los sectores evangélicos. Ya no tiene la adhesión del Poder Judicial (Sergio Moro había encarnado esa alianza en 2018), como tampoco tiene demasiado crédito en los principales actores económicos ‒excepto parte del sistema financiero y del sector agroexportador‒; ya desde el año pasado diversos grupos económicos exponen públicamente sus diferencias con el Gobierno. Y en términos de relaciones internacionales, Bolsonaro no tiene buenas relaciones diplomáticas ni con China, ni con EE. UU., ni con Europa, ni con los países latinoamericanos. De allí también que una eventual aventura autoritaria encuentre muy pocas probabilidades de prosperar.
