Por Nicolás Oliva, Mauro Andino, Guillermo Oglietti
Las intenciones desestabilizadoras en Ecuador tienen su raigambre en las tensiones y los avances del proyecto político emprendido hace 8 años con la Revolución Ciudadana.
Las salvaguardias desempeñan un papel fundamental en una economía dolarizada. Los últimos 16 años la fuente principal de divisas han sido las exportaciones de petróleo y las remesas de ecuatorianos; ambas han dejado de contribuir a la masa monetaria por el contexto internacional de la economía (crisis de los países europeos y el precio del petróleo).
Ecuador, como nación sin moneda, enfrenta el difícil desafío de sostener su competitividad externa sin contar con la herramienta de la devaluación. La apreciación del dólar acumula desde mediados del año pasado un incremento del 29% respecto al euro, del 19% y 10% respecto al yen japonés y al won surcoreano, y una apreciación del 41% respecto al peso colombiano y del 12% respecto al nuevo sol peruano. Estas cifras implican que los productos de empresas ecuatorianas se han encarecido en estos porcentajes respecto a los competidores importadores. Han perdido competitividad como consecuencia del efecto artificial de la apreciación del dólar. En este entorno y sin moneda que devaluar, es absolutamente indispensable proteger nuestras empresas y existe un vasto consenso de que es muy inconveniente que una situación transitoria, como la apreciación del dólar, desencadene un daño permanente como lo es la destrucción del aparato productivo nacional. Ni el más neoclásico de los economistas estaría dispuesto a tan grande sacrificio a cambio de nada. En estos casos, con la única excepción de los oportunistas de turno, prácticamente todos estamos de acuerdo en la necesidad de intervención sobre el mercado, sobre todo cuando la fuente del problema es el tipo de cambio, una variable que está muy sujeta a oscilaciones abruptas que reflejan choques especulativos, políticos o conductas en manada típicas de los mercados financieros.