Desde hace décadas, se analiza las relaciones de dependencia de la periferia con los países centrales. En América Latina, en los años sesenta y setenta cobró una gran importante la escuela estructuralista de la CEPAL, encabezada por autores como Raúl Prebisch, Celso Furtado, Fernando Cardoso y Osvaldo Sunkel, entre otros, que propugnó la denominada teoría de la dependencia centrada en el análisis de las relaciones de dependencia que existen entre las economías enriquecidas del Norte y aquellas más empobrecidas que residían en el Sur. Esta corriente teórica defendió y todavía defiende que la producción y riqueza de algunos países está condicionada por el desarrollo de otros, y frente a ello, surge la necesidad de cambiar la matriz productiva con el objetivo de reducir dicha dependencia mediante un proceso de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI) de ámbito nacional. El objetivo fundamental de este tipo de política es alterar el patrón de intercambio desigual de algunos países con el mundo: por un lado, dejar de importar tanto valor agregado, y por otro lado, llegar a abandonar el patrón primario exportador precisamente exportando nuevos bienes más industrializados (con valor agregado). Este es uno de los temas más recurrente en los últimos años: la importancia de salir del patrón primario exportador para insertarse de otra forma en el sistema mundo.
Pero ésta no fue la única escuela que cuestionó el desarrollismo hegemónico traído del norte (la teoría modernizadora del crecimiento económico, de Rostow). La visión neomarxista, con autores como Paul Baran, Gunder Frank y Samir Amin, también tomó cierto protagonismo en este debate. La diferencia fundamental de este enfoque respecto al anterior es que no concibe posibilidad real dentro del capitalismo para que la periferia llegue a ser desarrollada; es decir, este enfoque considera que el cambio de la matriz productiva ha de venir obligatoriamente acompañado por el cambio de las relaciones sociales y económicas de producción, modificando así también al sujeto productivo y su modo de producir.
Este viejo debate es traído hasta el presente en la mayoría de las ocasiones como si nada hubiera cambiado en estos nuevos tiempos del siglo XXI; como si la hegemonía neoliberal no hubiese cambiado las formas de relacionarse económicamente a los países. Sería un error creer que la discusión de cómo combatir a la dependencia exportadora de materia primas sin valor agregado se debe copiar-pegar sin importar cómo ha cambiado el escenario geoeconómico y geopolítico (con sus nuevas alianzas y con un mundo multipolar), y cómo se alteraron las maneras de producir en el mundo, cómo se ha implementado un orden económico mundial financiarizado que relega a la economía real a un segundo plano, etc.
Tampoco se podría trasladar el viejo debate a la actualidad sin considerar que los propios procesos de cambio de época en América latina también han ya atravesado por una primera etapa en la que sí disputaron con éxito y ahínco la renta de los recursos naturales en origen, esto es, se reapropiaron con soberanía en gran medida de este sector estratégico y de su renta generada (PDVSA en Venezuela, YPFB en Bolivia, Petroecuador en Ecuador, y en menor pero relevante porcentaje Argentina con YPF). Son, en definitiva, dos grandes aspectos que no pueden pasar inadvertidos si queremos realmente afrontar el reto de acabar con la dependencia en el siglo XXI: en primer lugar, lo que ya se ha avanzando en cada uno de los procesos de cambio en América latina (considerando la fase en la que se encuentran para determinar cuál es el siguiente salto adelante), y en segundo lugar, la nueva economía mundial bajo la hegemonía neoliberal.

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