Luego de la VII edición de la Cumbre de las Américas ya no se puede volver a hablar de un mundo que, es verdad, alguna vez existió. Si aún quedaban resabios de la guerra fría explicitados en el no diálogo entre Cuba y Estados Unidos, ya son parte del pasado. La reciente solicitud enviada al congreso por el presidente Obama en torno a la exclusión de Cuba de la lista de “Estados patrocinadores del terrorismo” es un paso más en el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, aunque no el más importante. Todavía resta por ver si la potencia del norte pone fin al bloqueo económico impuesto a la isla durante más de medio siglo, condición central para las negociaciones.
El encuentro entre Barak Obama y Raúl Castro es tildado de histórico porque, efectivamente, en el contexto de la transición que atraviesa el sistema mundial hacia uno donde el poder aparece más repartido en diferentes bloques, es una expresión que da cuenta de los reacomodamientos en cuanto a nuevas alianzas y estrategias tanto comerciales como políticas. El compartir el evento -del cual Cuba fue privado en las seis cumbres anteriores- da lugar a repensar la reconfiguración del mapa de relaciones no solo americano, sino mundial.
Los elogios mutuos entre el comandante cubano y el primer presidente negro de Estados Unidos a simple vista contrastan con la vieja dicotomía entre dos mundos polarizados, el capitalismo y el comunismo. Siendo cierto que el capitalismo ha logrado avanzar y consolidar una mirada hegemónica en la mayoría de los países, el hecho de que USA se vea en la necesidad de entablar diálogos con Cuba, sin que hubiera ésta renunciado a su ideología como pretendería Obama, no implica una sumisión del comunismo, como algunos ingenuamente puedan pensar, sino más bien da cuenta de la resistencia inquebrantable del pueblo cubano que Estados Unidos fracasó en doblegar, a pesar de la caída del campo soviético muchos años atrás. Por otro lado, la necesidad de Estados Unidos de abrir el diálogo con Cuba no puede pensarse escindido del marco regional, pues constituye un triunfo del cambio de época, signado por una América Latina cada vez más emancipada del dominio imperial que se había extendido durante todo el siglo XX.
A EEUU ya no le es posible fabricar e imponer por la fuerza golpes de Estado con resultados tan espectaculares como en décadas pasadas, ni delinear los recortes en materia económica y social que impactaron tan fuertemente en la región -pues transita una decadencia progresiva de su hegemonía- no obstante, los intentos de controlar la región lejos de desaparecer aparecen revestidos bajo nuevas formas. Muestra de ellos son los famosos “golpes blandos” -ejemplos hay de sobra-, orquestados por medio de sus embajadas, a través de sus think tanks, redes de ONG’s y de las corporaciones mediáticas funcionales a sus intereses. El rechazo de la región a las políticas injerencistas de EEUU continúa más vigente que nunca, como así lo evidencia el rechazo unánime al reciente decreto que declara a Venezuela como una amenaza a su seguridad nacional.
La imposibilidad de pensar a América Latina y el Caribe como antaño lo hacía obliga a Goliat a sentarse a dialogar con David, si es que no quiere quedarse afuera de este nuevo mundo que recién está comenzando. Lo contrario sería ya anacrónico, porque lejos de lo que pretendió Estados Unidos mediante su histórico bloqueo comercial, Cuba no está aislada. Todo lo contrario, está más insertada en el mundo que nunca. Hace tiempo que viene negociando vínculos comerciales con Europa, con China y otras economías emergentes como Brasil, además de las sólidas alianzas que mantiene al interior de la región, por ejemplo en el ALBA.
En el histórico encuentro entre los dos representantes de un mundo que ya no es, la Historia fue la invitada de honor. Obama sostuvo a viva voz que su pueblo miraría al futuro, que si bien es cierto que la historia de su país no le permite defenderse y negar las políticas que tuvo para con Latinoamérica, era hora de mirar hacia adelante y comenzar a forjar otras estrategias para el desarrollo y el progreso de las naciones. Por su parte, el comandante Raúl Castro, quien habló inmediatamente después, casi como respuesta, por el contrario miró a la historia, tomó la de su pueblo -no estanca e inmóvil, sino dinámica- como una herramienta con la cual mirar hacia adelante.
Y es que si algo ha de quedar flotando en el aire denso luego de la última Cumbre de las Américas, es la historia, orillas que enmarcan el presente. En un mundo dinámico y cambiante, la historia como eje sobre el cual pensar la actualidad ayuda a vislumbrar las nuevas y creativas formas con las que se va vistiendo el imperialismo, esa sombra negra, esa sangre escarlata que alguna vez fue explícita y visible y que hoy emerge a la luz de globos de colores. En este nuevo rompecabezas, donde las piezas hay que volverlas a entramar, en una región que se consolida cada vez más como un polo de poder propio, en un mundo donde la bipolaridad ya no es tal y en cambio existe una multiplicidad de actores e interrelaciones, es en este mundo y no en el que alguna vez hubo, donde los Estados Unidos debe volver sobre sus propios pasos, para trazar nuevas alianzas, nueva estrategias y nuevos posicionamientos, si es que no quiere quedar entrampado en la misma historia. Al mismo tiempo, los gobiernos progresistas de la región tienen el gran desafío y la responsabilidad histórica de sostener y consolidar el bloque y mantener firme el –ya no tan nuevo – cambio de época regional.