Los procesos de emancipación latinoamericanos van acumulando años. Algunos, como el venezolano, están prontos a cumplir dos décadas. La irrupción de las mayorías populares plebeyas en la disputa política es ya un hecho incontrovertible en Latinoamérica, con independencia de que se ganen o pierdan elecciones o que incluso en muchos países no se haya accedido al poder. En ensanchamiento del mundo de lo posible en política es parte del sentido común de estos comienzos del siglo XXI.
Esta permanencia en el tiempo implica que la franja más joven de la población se ha socializado y ha realizado su inmersión política –con mayor o menor intensidad- dentro de esos mismos procesos, sin haber experimentado la realidad anterior, cuyo conocimiento –si es que lo tiene- se limita a referencias, testimonios, acotaciones históricas, etc…
En aquellos países donde no se han experimentado estas reformas emancipatorias, la lógica del recuerdo de la violencia es un elemento que explica la adhesión de los jóvenes a partidos y/o movimientos de derechas. Por ejemplo, muchos simpatizantes de Keiko Fujimori en Perú son jóvenes cuyos padres vivieron los años de violencia con Sendero Luminoso y que valoran al padre de Keiko como el líder capaz de acabar con el grupo guerrillero. Por otro lado, en Colombia sucede algo similar en la movilización de juventudes conservadoras; Álvaro Uribe es visto como quien, a diferencia de su antecesor Andrés Pastrana y de su sucesor Juan Manuel Santos, tuvo la “mano dura” para casi acabar con las guerrillas.
Los jóvenes de la derecha defienden las hazañas de estos líderes y critican que actualmente sean perseguidos, por ello se adhieren a partidos cuyo eje angular se centra en la figura de un mártir perseguido por sus logros en la lucha contra la guerrilla. No hemos de olvidar que en el caso de Perú el indulto de Alberto Fujimori es la razón de ser del fujimorismo y que, en el caso de Colombia, algo similar sucede con Álvaro Uribe y su familia, acusada de asociación ilícita con grupos paramilitares.