Hay momentos en la historia de la humanidad en los cuales las ideas valen más. Esos momentos no son casuales, para ir a uno de ellos hay que ubicarse en momentos excepcionales. Por ejemplo, a la salida de la Segunda Guerra Mundial. En 1944, con la batalla ya prácticamente decidida, se conformó la conferencia de Bretton Woods para establecer un nuevo orden económico en Occidente que sea estable y evite un nuevo conflicto militar. Participaron 44 países, incluida la Unión Soviética que finalmente no fue parte del acuerdo. Allí se confrontaron dos ideas. De un lado, un desconocido funcionario estadounidense llamado Harry Dexter White. Del otro, el famoso economista inglés John Maynard Keynes. No por argumentación, sino por capacidad de imposición, la propuesta estadounidense prevaleció[1]. ¿Hubieran sido distintos la historia y el presente de haberse concretado la propuesta de Keynes? No lo sabemos, pero sí podemos constatar que la propuesta de White para la economía de postguerra prevaleció durante al menos los siguientes 30 años y que las instituciones creadas en la conferencia de Bretton Woods (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y la versión preliminar de la Organización Mundial de Comercio) siguen vigentes hasta hoy.
En 1944 el mundo se preguntaba qué había salido mal y cómo se podía evitar que vuelva a pasar algo así; hoy la misma pregunta cobra fuerza. La pandemia no sólo ha dejado al desnudo las fragilidades de los sistemas de salud, sino que ha revelado las vulnerabilidades y miserias del sistema económico global.
El capitalismo globalizado no ha sido capaz de asimilar la retracción de la actividad económica que suponen las medidas de prevención y contención del virus, y a través de los mercados financieros ha profundizado el colapso. Asistimos al derrumbe más acelerado de la Bolsa de Estados Unidos de la historia. Es decir, nunca en tan pocos días el precio de las acciones cayó tanto como en la actualidad. El desplome del mercado financiero estadounidense se contagió a nivel internacional y tiene como resultado la salida de capitales de empresas y de países, lo cual agrava los problemas ya generados por el parate económico. A nivel empresarial, esta dinámica genera cierres y despidos, a nivel de países, y se refleja en devaluaciones que erosionan el poder adquisitivo de la población y retraen aún más la actividad económica.
Esto situación tiene un agravante: hasta el propio FMI alertaba al respecto del sobreendeudamiento de las empresas y los países pobres y emergentes desde la salida de la crisis de 2008. Esto significa que un conjunto importante de empresas y países pasaron a depender de capitales especulativos para financiarse, pero lo que antes financiaba ahora desfinancia. En ese sentido, como plantea Yanis Varoufakis, la crisis del 2008 nunca se terminó[2].
Para colmo, el sistema está tan fallado que mientras diversas industrias permanecen en cuarentena sin actividades, las empresas financieras que califican las deudas de empresas y países continúan en actividad y amenazan con bajar las calificaciones de riesgo, lo que implica nuevas salidas de capitales y, por ende, más problemas[3].
América Latina frente a la crisis
En esta dura realidad no todos (i) parten de las mismas condiciones, (ii) sufren los efectos de la misma manera ni (iii) tienen los mismos recursos para salir adelante. América Latina puede atestiguarlo.
1) Según el Instituto de Estudios para Políticas de Salud de Brasil, la inversión en salud en América Latina es de 949 dólares per capita, cuatro veces menos que el promedio de los países de la OCDE. Hablamos también de una región donde la pobreza asciende a 30,8%[4] y la informalidad laboral alcanza al 53% de los ocupados[5]. Asimismo, se trata de una región subordinada al orden financiero internacional, donde la deuda externa se ha duplicado en los últimos diez años[6] en el marco de sostenidos déficits de cuenta corriente[7].
2) La primera alarma sobre los efectos es que sistemas de salud mucho más desarrollados, como el italiano y el español, se vieron colapsados. En lo económico, dada la pobreza e informalidad, las consecuencias del parate económico sobre la sociedad serán más agudas. Asimismo, la región se encuentra enfrentando un proceso devaluatorio a causa de la salida de capitales. El real brasileño, el peso chileno, el peso mexicano y el peso colombiano se devaluaron un 17%, 8%,23% y 20% en el último mes[8]. Esto implicará mayor inflación y recesión económica. Por último, dada la composición primarizada de nuestras exportaciones, la caída de los precios de las materias primas retrae fuertemente el ingreso de divisas.
3) Por último, la capacidad de reacción del Estado frente a la crisis es peor. Hay dos desventajas de Latinoamérica en relación a Europa y Estados Unidos, donde la pandemia actualmente tiene más fuerza. La primera es que el alto grado de informalidad de la economía dificulta la aplicación de los planes económicos y sociales, ya que es más difícil para el Estado llegar a esa población. La segunda tiene que ver con los recursos y la magnitud del gasto que puede desplegar cada país. Mientras Europa y Estados Unidos están haciendo una emisión masiva de euros y dólares para financiar políticas monetarias, de asistencia social y preservación de empleo, y mientras los euros y los dólares tienden a ser demandados en todo el mundo y se utilizan como moneda de ahorro, nuestras monedas domésticas -si bien con heterogeneidades- no cuentan con el mismo privilegio. Así, la soberanía de unos y otros para realizar política económica no es la misma.
En este marco cobra relevancia la propuesta de intelectuales y líderes políticos latinoamericanistas sobre la necesidad de que el FMI y los organismos multilaterales condonen la deuda de la región, así como de establecer una mora por dos años con los acreedores privados[9]. Liberar los recursos asignados a la deuda permitiría aumentar los márgenes de acción de la política económica en la región. También resulta relevante la propuesta llevada adelante por un conjunto de intelectuales de todo el mundo, como Daniela Gabor y Annina Kantelbruner, sobre la necesidad de establecer controles de capitales a nivel global para frenar la masiva salida de capitales de los países emergentes que está desestabilizando, aún más, sus economías. Estas medidas pueden ayudar a focalizar los recursos de nuestros países en el tratamiento de la crisis sanitaria y económica, y terminar con factores desestabilizadores. Dichas propuestas eran políticamente muy difíciles de plantear antes de la crisis y hoy ya no lo son. Asimismo, son medidas relevantes para prefigurar el mundo postcrisis.
¿Un nuevo orden económico global?
Parafraseando a Yuval Harari, la humanidad superará esta crisis, y la forma en que lo haga marcará el devenir de los próximos años. ¿Asistiremos a un nuevo orden económico postcoronavirus?
Como plantea Jorge Elbaum[10], hoy existe cierta revalorización generalizada de la salud pública y de la inversión en ciencia, ante una crisis en la que lo principal es que los sistemas de salud no colapsen y que los científicos encuentren una cura. La mercantilización de derechos esenciales como la salud vuelve al centro del debate. Los dogmas económicos del equilibrio fiscal, la independencia de los bancos centrales y la autodeterminación del sector privado están en jaque ante las medidas que están tomando los estados -cuando las toman- para afrontar la crisis. La crisis reabre discusiones que muchos daban por cerradas.
De la crisis financiera de 2008 se salió con inyección de dinero de los bancos centrales de las grandes potencias a sus empresas y sistema financiero, y con una política sostenida bajas tasas de interés. Como se mencionó anteriormente, la alta liquidez y los bajos intereses en los países centrales derivaron en masivos flujos de capitales hacia países y empresas de mayor riesgo en busca de mayores rentabilidades, y ahora estos se encuentran sobreendeudados. En este periodo, las grandes empresas de Wall Street llegaron a cotizar en sus máximos históricos sin que eso tenga su correlato en un salto productivo ni se refleje en mejoras de las condiciones sociales. En lo estructural nada cambió: la inversión en bienes tangibles en relación a la financiera se encuentra en mínimos históricos, instrumentos de riesgo como los CDO de 2008 tomaron nuevas formas como los ETF[11], no se revirtió la mercantilización de los derechos sociales, la degradación ambiental prosiguió y la desigualdad aumentó. Por lo tanto, la misma receta aplicada en 2008 no servirá en la actualidad. Además, a diferencia de ese entonces, la política no es novedosa, por lo que su impacto es menor y enfrente se encuentra una amenaza real que ha paralizado las economías.
Cómo debería estructurarse un nuevo orden económico global debería ser una pregunta de estos tiempos. Algunos aportes en esa dirección se vienen esbozando hace tiempo y cobran fuerza en la actualidad. Se trata de planteos como:
- El redireccionamiento de la liquidez financiera a inversiones asociadas a la salud pública y a la transición verde hacia energías renovables y tecnologías limpias.
- La reestatización de derechos básicos privatizados, como la salud.
- La regulación de los mercados financieros a fines de limitar el accionar de la banca en las sombras, los movimientos de capitales transfronterizos sin fines productivos, las burbujas financieras y la prohibición de los fondos buitre.
- La redefinición de de los organismos internacionales hacia formas más democráticas y alejadas de los dogmas neoliberales.
- Establecer mecanismos automáticos de financiación científica según las capacidades de cada país.
- La reducción de la desigualdad mediante impuestos a los grandes patrimonios, a la polución (como el impuesto a la huella de carbono) y a las transacciones financieras.
- El avance hacia formas de ingreso universal para garantizar el cumplimiento de los derechos sociales de las personas.
- El control real sobre las guaridas fiscales, que aumentan las ganancias de las grandes empresas a costa de desfinanciar a los estados.
Avanzar hacia un nuevo orden global requiere la cooperación de países centrales y periféricos. No obstante, si los primeros no lo hacen porque se encuentran en conflicto entre sí, el liderazgo político debe ser ejercido desde la periferia. Mientras se reconfigura el escenario geopolítico entre Estados Unidos, China y la Unión Europea, el sur global puede alzar la voz. Pocas veces en la historia las ideas y acciones tienen tanta importancia como ahora.
[1] White proponía un sistema monetario basado en el dólar como referencia y la creación de un conjunto organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y el antecedente de la OMC) como garantes del orden económico. Keynes planteaba la creación de una nueva moneda de carácter internacional que, mediante mecanismos automáticos, permitiera resolver los apremios económicos de los países más atrasados. Para más desarrollo del debate ver Varoufakis, Y. (2015). El minotauro global. Grupo Planeta, España.
[2] https://www.youtube.com/watch?v=OLfHpvJKNg0
[3] https://www.ambito.com/finanzas/moodys/coronavirus-moodys-prepara-una-baja-masiva-sus-calificaciones-los-sectores-mas-afectados-n5089837
[4] https://www.cepal.org/es/comunicados/cepal-la-region-ha-subestimado-la-desigualdad
[5] https://www.ilo.org/americas/sala-de-prensa/WCMS_645596/lang–es/index.htm
[6] Datos del Banco Mundial https://data.worldbank.org/indicator/DT.DOD.DECT.CD?locations=ZJ
[7] Esta cuestión fue analizada en profundidad en https://www.celag.org/endeudamiento-externo-latinoamerica-piedra-salvavidas/
[8] En el caso del peso argentino el efecto se sintió sobre el dólar paralelo, cuya devaluación fue de 11%.
[9] https://www.celag.org/la-hora-de-la-condonacion-de-la-deuda-para-america-latina/
[10] https://www.elcohetealaluna.com/la-globalizacion-y-la-peste/
[11] https://www.bloomberg.com/news/articles/2019-09-04/michael-burry-explains-why-index-funds-are-like-subprime-cdos