En menos de un mes ya son varios los integrantes del Gobierno de M. Temer los que han tenido que renunciar a su cargo u ocultarse en otra función a la que habían sido convocados, por diversos motivos. La deshidratación política del Gobierno de M. Temer encuentra tan sólo un recurso, todavía sólido, de subsistencia: el propio Congreso. Los apoyos internacionales nunca llegaron – salvo de Argentina-; ni el acompañamiento empresarial ni el mediático es en bloque; menos todavía el termómetro de las calles: en contraposición con las masivas movilizaciones de respaldo a Dilma por todo el país, ningún acto de apoyo al golpismo. Por eso el apuro por aprobar, como se hizo la semana pasada, un reajuste salarial desproporcional para algunas categorías de los funcionarios públicos – entre ellos, los del Poder Legislativo- a contramano de una retórica de la austeridad: con un impacto de R$ 52.9 billones en el Presupuesto hasta el 2018, el reajuste equivale a dos años del Bolsa Familia, el principal Programa social de los Gobiernos del Partido dos Trabalhadores; Programa que, precisamente, el Gobierno de M. Temer quiere reducir a una mínima expresión. Sin sociedad, el golpismo concentra su perdurabilidad en el subsistema político, en la clase política que lo habilitó.
Un gobierno de los intereses privados
Uno de los datos significativos de los últimos meses es la desconstitución del lugar del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) como referencia política. Si bien es cierto que sus representantes parlamentarios se adhirieron sin fisuras a apoyar el golpe, como fuerza política comenzó a perder espacio en la medida que el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) fue ocupando el liderazgo de los acontecimientos. Se trata de un reemplazo que, visto en perspectiva histórica, tiene consecuencias para la propia dinámica política, en tanto el carácter orgánico del PSDB en relación con los intereses más representativos de las clases dominantes no fue traspasado de forma estructural al PMDB. En ese sentido, el PMDB es menos una fuerza política (propiamente) del mercado, como lo era el PSDB, y más una confederación de intereses sectoriales específicos, en vistas a colonizar los espacios que permitan su expansión privada. Es la diferencia entre una ideología de mercado y una de los intereses. Ahora bien, esta ausencia de una arquitectura proyectual organizadora, si bien le ha permitido al PMDB juntar diversos apoyos para su expansión reciente, es también su principio de inestabilidad – como ha quedado evidente en menos de un mes.
Esto no significa que los intereses reunidos por el golpismo sean secundarios o insignificantes, todo lo contrario; externos al país o internos, se trata de un golpe de las elites y los sectores poderosos del capitalismo brasileño, en la séptima economía mundial. Pero su compaginación orgánica es lo que el PMDB no puede garantizar; ni M. Temer, ni E. Cunha, ni R. Juca, ni R. Calheiros. Son figuras de otra condición; cuestión que deja ciertos interrogantes sobre los escenarios venideros y los pactos económicos futuros.
La reversión del golpismo
Siendo que algunos senadores han declarado que revisarán sus votos en el juzgamiento definitivo – lo que, por el momento, deja el panorama todavía abierto y en suspenso respecto de la separación definitiva de Dilma Rousseff-, quizás sean los elementos contextuales y extra-institucionales del golpe los que sean más difíciles de desactivar de aquí en adelante: aquellas formas de fascismo social que han vuelto a la luz, de clasismo en las posiciones públicas, de estigmatización de los sectores populares, esa estridencia destituyente a la que se han formateado los medios de comunicación hegemónicos, y la persecución a la diferencia, a las diferencias. El actual golpismo brasileño es un momento de la historia que se proyectó y potenció en todos estos aspectos; por eso no se trata de un simple asalto institucional al poder. No sólo es antidemocrático por su ilegalidad sino que también lo es porque todo el movimiento de los acontecimientos ha significado un retroceso sensible para la sociedad en lo que hace a su convivencia compartida, respecto de la construcción de una cultura democrática, igualitaria.
La reversión de esta faceta del golpismo será una tarea ardua, más aún si es que el Gobierno y el Estado continúan en manos del PMDB. Pero no será algo nuevo: los pueblos latinoamericanos (y el brasileño en particular) saben bien que la democracia es un régimen de conquista, y reconquista, y volver a insistir. Las veces que sean necesarias.