El II Encuentro Latinoamericano Progresista (nos) impregnó de debates, desafíos, lecciones. Durante tres días diferentes líderes de partidos y movimientos políticos de múltiples y lejanas latitudes (pero tan cercanas a las nuestras) hablaron de los problemas que enfrentan en la actualidad los gobiernos progresistas, de la lucha mediática, de las deudas pendientes del modelo postneoliberal, de las críticas al supuesto fin de ciclo y de las nuevas demandas que presentan las sociedades.
Algunos elementos presentes en estas reflexiones invitan a interrogarnos respecto a la necesaria renovación de las organizaciones y movimientos políticos como así también repensar el carácter de la democracia, y asociado a ella, el modo de procesamiento político de los conflictos, no para abonar aquellas críticas que hablan de un fin de ciclo de los gobiernos progresistas en tanto no lograron avanzar lo suficiente en la tarea de deconstruir y superar la herencia neoliberal sino más bien en el sentido de repensar una renovación ideológica, capaz de captar los nuevos sentires de ciudadanía y de esta forma, consolidar el cambio de época. Como lo expresó el vicepresidente de Bolivia en su conferencia magistral, “Porque somos un proceso en movimiento, porque no somos algo estático, es que tenemos futuro”.
Respecto al carácter de la democracia si bien es cierto que los gobiernos progresistas de la región fueron parte, en muchos casos, de un proceso de refundación de las instituciones y de los mecanismos de la democracia, tratándose según las latitudes, de nuevas democracias en expansión y en revolución, no es menos cierto que una lógica puramente electoral vinculada a la democracia como modo procedimental de selección de candidatos tendió a predominar. Fenómeno aún más claro en muchos de los ciclos de conflictividad ascendente de la región, donde claramente la estrategia de procesamiento político ha sido la tentación de dirimir el conflicto con los oponentes en las urnas, más no en el debate de ideas, en la confrontación política, en la construcción de consensos a partir de las diferencias, en la consolidación de un poder popular. Aun cuando sea posible pensar que las “Plazas llenas” generalmente tienden a crear una masividad y ficticidad aparente, que muchas veces, no encuentra correlato en las opciones electorales, razón por la cual las contiendas electorales resultan ser el mejor espacio de derrota de los oponentes.
Ello se relaciona con el dilema de la participación política, en sociedades altamente fragmentadas, desiguales y en un escenario en el cual la cultura política hace que muchas veces la ciudadanía y las organizaciones sociales sean proclives a dirigir sus reclamos exclusivamente hacia el Estado en detrimento de la sociedad y los sectores populares, que es precisamente el lugar desde donde se debe construir poder popular. Sin embargo, esto no debería conducir a negar el aprendizaje político que ha significado para las masas populares el poder inmiscuirse en la construcción del proyecto político en cada uno de los territorios.
Un elemento aquí es central y se vincula con la disputa en los diferentes espacios de construcción cultural, en muchos de los cuales aún perviven rastros de la lógica neoliberal. Como correlato de un proceso político que en muchas ocasiones, privilegió las lógicas electorales asimilando a sus partidos y movimientos políticos como instrumentos electorales, que descuidaron la producción de ideas, privilegiando otros espacios de construcción política. En este sentido, sería un error político cristalizar aquel cambio de época en un manifiesto ideológico, incapaz de ser revisado en función de los tiempos actuales. Este período de estancamiento en la producción de ideas nuevas probablemente provenga de una cierta subestimación de la importancia que reviste la lucha por el sentido común en los procesos de cambio. Por el contrario, la continuidad de los gobiernos progresistas en la región no depende solamente de la victoria en las urnas, sino más aún de la revitalización de sus programas y de su capacidad para poder representar, expresar y sintetizar las nuevas demandas de la ciudadanía.
Ello en tanto los procesos de cambio implican y generan disputas que colocan sobre la mesa temas contenciosos y posiciones encontradas. El desafío entonces consiste no en pretender erradicar el conflicto, como procura la post política de turno, ni tampoco insistir en prácticas que supongan la descalificación del oponente sino más aún en la construcción de argumentos útiles para la disputa política. Si la frontera que separa el nosotros del ellos se cristaliza, entonces habrá llegado el fin de la política. Más que errar, se trata de inventar.