¿Puede achacarse a la falta de conciencia y la ingratitud del pueblo la derrota electoral sufrida? Es tentador hacerlo. Pero sin duda, sería una estupidez. Entre otras cosas porque ese tipo de “análisis” fruto del resentimiento y las pasiones tristes de las que nos hablaba Spinoza, nos coloca bastante lejos de la actitud q necesitamos para recomponer el cuadro. Pero además también seria deshonesto, ya que nos libra de toda responsabilidad y de reconocer la existencia de causas y razones bastante objetivas que explican lo ocurrido.
Así las cosas, sin embargo, no deja de ser cierto que existe cierto misterio fascinanante en el hecho de cómo a veces en lo individual y lo colectivo las personas nos vemos en la singular situación de tomar decisiones que, miradas un poco más frío, no solo no tributan a lo que esperamos de ellos sino q más bien tributan para lo contrario. Y ese pareciera ser el caso de los millones de compatriotas que votaron por la consigna de «cambio» planteada por la derecha en el marco de su peculiar campaña electoral. Consigna que no solo evito siempre especificar a qué tipo de cambio hacia referencia y bajo cuáles métodos, sino que lo poco que los voceros de la oposición asomaron durante la campaña y lo que más explícitamente bajo la excitación del triunfo anunciaron, nos coloca ante un porvenir en el corto y mediano plazo donde muy difícilmente será la paz, la reconciliación, la estabilidad o el crecimiento económico lo que nos aguarde
Sobre esto último, no obstante, ya habrá posibilidad de comentar. Por los momentos y bajo el impacto de lo ocurrido, lo cierto del caso es que a estas estas elecciones a diputados a la Asamblea Nacional, siempre se supo que del lado de las fuerzas revolucionarias se asistía con los costos asociados a la guerra económica, no pocos de ellos maximizados por errores cometidos a la hora de enfrentarla.
Del lado del oposicionismo, bien es cierto, se asistía también en su peor momento, con una dirigencia altamente desacreditada e involucrada en delitos terribles y escándalos económicos, como su pacto secreto con el FMI develado por una grabación filtrada en medios. La duda entonces estaba en saber hasta qué punto la doctrina del shock había hecho mella en la población. Entendiendo por tal las secuelas de la guerra económica, psicológica y de desgaste tras la que se buscaba –como decía Milton Friedman- era que las ideas políticamente imposibles se volvieran políticamente “necesarias”, que lo imposible se hiciera terriblemente realidad: que mediante el método de la elección forzada la población venezolana, cultivada y crecida políticamente tras 17 años de revolución y cambios vertiginosos incomparables a nivel mundial, cansada, desilusionada, alterada en su cotidianidad, molesta e impotente, terminara por declinar en las urnas lo que 18 de 19 veces en los últimos 17 años había mayoritariamente elegido y ratificado. Que la gente “aceptara” cambiar políticamente, no por convicción, sino por obstinación.
A mi modo de ver esto nunca se entendió del todo. O si se entendió, está claro que la manera de hacerle frente no ha sido la mejor. De hecho, más que la guerra económica en sí y sus manifestaciones, más que la manera como los especuladores hacen sentir su poder sobre la población asalariada, es la impunidad con que eso viene ocurriendo lo que ha hecho especialmente daño. Ese juego perverso de ver los precios subir día a día, de que los comerciantes hagan uso de los marcadores ilegales de divisa para marcar a su real voluntad los precios de productos y que las instituciones responsable hacían entre poco y nada pare evitarlo, de que la gente sintiera ya no solo que su poder adquisitivo viniera disminuyendo sino que sus ahorros desaparecieran y las deudas aumentaran, ese vacío institucional, a mi modo de ver, ha sido el principal factor desencantador, despolitizador, desmoralizador y en última instancia desmovilizador que explica lo ocurrido.
Lo que resta de aquí en adelante para el gobierno revolucionario es ponerse a la altura de las circunstancias. En primer lugar, rehuyendo a todo tipo de tiratoallismo que, como decíamos en este mismos espacio a propósito del caso argentino, es claramente promovido por la derecha y los grandes medios en su estrategia de divide y vencerás, de “demostrar” que no hay alternativa viable al capitalismo por más desastroso que este sea. El camino, sin embargo, no le será para nada fácil, pues le tocará reponerse, reinventarse y dar respuesta a los problemas que aquejan a la ciudadanía, en un contexto donde el acoso interno y externo arreciará, donde el oposicionismo con su mayoría parlamentaria ya ha dicho que ni lo dejará gobernar al presidente Maduro ni terminar su mandato.
Al movimiento revolucionario en su sentido más amplio también se le imponen nuevos retos. El primero de ellos el mismo: no dejarse abatir por el desencanto y la frustración. El segundo, no dejar solo al gobierno, pues si bien es cierto que la revolución no se limita a tener el gobierno, sin éste la revolución se ve profundamente limitada y amenazada si cae en manos de la derecha. Lo que me lleva a lo tercero: prepararse para el combate en todos los terrenos, pues la bestia fascista ya busca imponer el resentimiento, el terror y la intolerancia como las formas definitivas de hacer la política. Pero ese prepararse no debe ser desde la mera resistencia ni sintiéndose minoría, pues lo cierto es que la derecha nos ganó usufructuando un imaginario y una realidad que son obra nuestra y no suya, manipulando con unas expectativas de justicia social y de futuro para todos y todas que solo nosotros hemos sido capaces de llevar a cabo y tenemos la convicción de cumplir, todo lo cual aún nos da una ventaja estratégica importantísima si la sabemos aprovechar.
“El cielo encapotado anuncia tempestad”, así comienza la primera estrofa del himno a la federación que cantaban las tropas de Ezequiel Zamora, el General de los Hombres Libres rescatado del olvido por Hugo Chávez. El cielo encapotado de la Venezuela y la Latinoamérica de hoy anuncia tempestades. Pero ya hemos vencido antes contra todo pronóstico, cuando nadie esperaba nada de nosotros, después de sufrir duras derrotas, y lo volveremos a hacer.