“Nuestra mejor campaña electoral son las colas de la gente en los supermercados”
Freddy Guevara, Candidato a la Asamblea Nacional por el partido de derecha Voluntad Popular.
Macri llegó a la presidencia argentina, en parte, gracias a una campaña anodina, llena de globitos y trucos de marketing. En 2012 Capriles Radonsky intentó lo mismo en Venezuela. Con gorra juvenil, remeras deportivas y un discurso que evitaba pronunciarse sobre el fondo de cualquier materia, limitándose a frases hechas y lugares comunes para nada comprometedores. Es lo que Serrano Mancilla llamó la nueva derecha buena onda. Claramente no le alcanzó. Los 11 puntos de ventaja que le sacó Chávez en las presidenciales quedaron para la historia.
Pero si bien ese modelo de “nueva” derecha al parecer se regionalizó, la derecha venezolana ante aquel estrepitoso fracaso asumió una nueva estrategia. Todavía evita pronunciarse sobre el fondo de cualquier cosa, en especial sobre lo que haría o no de ser gobierno. Y más recientemente, hasta esconde a sus candidatos. Fue lo que hizo en las presidenciales de abril de 2013, que siguieron a la muerte del presidente Chávez, y llevaron al presidente Maduro a asumir el cargo. Y a finales de dicho año, cuando se llevaron a cabo las elecciones municipales. El método asumido ha sido claramente el terrorismo, entendido en su sentido más amplio y de hecho original, como toda aquella acción dirigida a crear miedo, terror y zozobra en una población.
Para ello se ha valido de tres armas: una feroz guerra económica de acaparamiento, contrabando y especulación; el uso de la violencia política a través de cuerpos paramilitares; y de una muy bien orquestada cobertura política y mediática internacional, que no solo encubre su accionar, sino que, valiéndose de la vieja estrategia nazi de la transpolación, hace recaer sobre el gobierno y hasta sobre las víctimas de la violencia que ejercen, las culpas de la misma.
El mejor ejemplo de ello son las llamadas guarimbas: seis meses de protesta violenta promovida por Leopoldo López y María Corina Machado en el marco de su plan “La Salida” que tenía como propósito el desconocimiento y derrocamiento del presidente Maduro. De las 43 víctimas mortales, solo 5 perecieron por excesos de la fuerza públicas, siendo que los funcionarios involucrados están detenidos y procesados. Todas las demás murieron como resultado de la violencia de los propios manifestantes, incluyendo varias que fueron asesinadas siendo parte de las mismas protestas. Este fue el caso de una joven en el estado Carabobo de la cual se aseguró que murió por disparos de la Guardia Nacional. Sin embargo, gracias a un video aficionado se demostró que los disparos los efectuó un sujeto colocado tras de ella.
De los fallecidos, 9 eran efectivos de la fuerza pública: Guardias Nacionales casi todos, incluyendo un capitán asesinado por un francotirador. También resultó muerto un Fiscal del Ministerio Público (Fiscalía Nacional). Sin embargo, la matriz internacional hizo consenso en torno a que se trataba de una violación masiva de los DDHH por parte del gobierno del presidente Maduro. Todavía hoy el presidente electo de Argentina hace defensa de Leopoldo López –el gran responsable de todas estas muertes- haciéndolo pasar por víctima.
El más reciente capítulo de esta historia de terrorismo es el asesinato de un sindicalista ligado a la oposición. Al unísono y sin pruebas se acusó al gobierno venezolano, acusación que involucró al propio Secretario General de la OEA. No obstante, ya se demostró que los asesinos también son del bando opositor, quedando por establecer si el asesinato se hizo por vendetta o si para “generar las condiciones” para la activación de la Carta Democrática.
Con lo económico pasa lo mismo: todos los poderes fácticos están activados para generar malestar, lo que incluye la banca, la industria concentrada, los importadores, los distribuidores y comerciantes. Los que tienen poder suficiente para fijar los precios, manipular la moneda o ralentizar la distribución de los productos lo hacen y lo demás viene por añadidura: la onda expansiva alcanza a todas las ramas, el resto de comerciantes trasladan los nuevos precios a los precios finales o manipula el inventario para “protegerse”. La víctima definitiva es el consumidor con ingresos fijos que debe lidiar con la especulación y la escasez inducidas.
Tras esta práctica que se ha denominado guerra económica, existen al menos tres grandes motivaciones. La más evidente de orden pecuniario: y es que en el fondo no es más que el efecto de una economía fuertemente concentrada y especulativa llevada a su extremo. La segunda, de orden ideológico-político: crear una crisis de modo de legitimar un posterior ajuste de corte neoliberal, crear el shock que haga que, como señalaba Friedman, las ideas políticamente imposibles se vuelvan políticamente necesarias. Y la tercera de orden político electoral: que mediante el método de la elección forzada la población (cansada, desilusionada, alterada en su cotidianidad, molesta, etc.) termine por declinar en las urnas lo que 19 de 20 veces en los últimos 17 años ha mayoritariamente elegido y ratificado. Que la gente “acepte” cambiar políticamente, no por convicción, sino por obstinación.
Así las cosas, a estas elecciones a diputados a la Asamblea Nacional del lado de las fuerzas revolucionarias se asiste con los costos asociados a la guerra económica, no pocos de ellos maximizados por errores cometidos a la hora de enfrentarla. Sin embargo, la oposición se encuentra en su peor momento, con una dirigencia altamente desacreditada e involucrada en delitos terribles y escándalos económicos, como su pacto secreto con el FMI develado por una grabación filtrada en medios. El misterio está en saber hasta que punto la doctrina del shock ha hecho mella en la población, sobre todo la más joven que no tiene referencias de primera mano a la hora de comparar el antes y el después del chavismo. Y en aquella que, aún teniéndola, cree que su actual poder adquisitivo y ejercicios de derechos socio económicos no tienen que ver nada con las políticas públicas avanzadas por el chavismo, y que lo mismo podrá conservarlos y aún maximizarlos con un hipotético gobierno de una derecha que abiertamente plantea que en dicho poder adquisitivo y dicho ejercicio “excesivo” de derechos se encuentra el origen de todos nuestros males.